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miércoles, 18 de marzo de 2015

MARIA, MUJER DEL DOLOR Y DE LA ESPERANZA

Leía, en los inicios de la Cuaresma de 2015, un decálogo de reflexiones para preparar el camino hacia la Pascua y que incluía la contemplación de diez personajes significativos de la Cuaresma, entre ellas María de Nazaret (1). Una figura que, en el camino cuaresmal, aparece discretamente, casi de puntillas, como un caminante más, pero que es el modelo de quien ha recorrido el camino hacia la Pascua, como lo recorrió su Hijo, como lo tenemos que recorrer nosotros, los que queremos seguir a Jesucristo(2)


Cuando el Miércoles de Ceniza, que abre el tiempo de Cuaresma, el Papa Francisco nos decía: "Fortalezcan sus corazones” (St 5,8), nos invitaba a abrirnos a la presencia del Dios vivo, a anhelar que Jesús sea, realmente, el centro de nuestra vida, nos convidaba a emprender la tarea de preparar nuestro corazón para poder acompañar y contemplar a Jesús. Y para esta tarea no hay mejor maestra que María, ella es la que nos ayuda a encontrarnos en nuestra vida concreta con el Señor, porque "Cristo y su Madre son inseparables: entre ellos hay una estrecha relación, como la hay entre cada niño y su madre”. Son inseparables, nos explicaba el papa Francisco, porque la carne de Cristo, que es el eje de la salvación, se ha tejido en el vientre de María, y porque María, elegida para ser la Madre del Redentor, ha compartido íntimamente toda su misión, permaneciendo junto a su hijo hasta el final, en el Calvario(3). En esta misma dirección apunta el Padre Kentenich cuando nos muestra a María como "la compañera y colaboradora permanente de Cristo, cabeza de toda la creación, en su obra de la redención universal”. 
 

La Virgen María es nuestro modelo de creyente que medita y escucha la Palabra de Dios, que hace un camino de fe y de subida a Jerusalén(4). En el plan salvífico de Dios están asociados Cristo crucificado y la Virgen dolorosa (Lc 2, 34-35). Así como Cristo es el "hombre de dolores", anunciado por el profeta Isaías (Is 53,3), por medio del cual se ha complacido Dios en "reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz" (Col 1,20), así también María es la "mujer del dolor", que Dios ha querido asociar a su Hijo, como madre y partícipe de su Pasión. Ya desde los primeros momentos, la profecía de Simeón anuncia que la misión de Jesús irá acompañada de hostilidad y persecuciones, y toda la vida de María, siempre junto a su Hijo, transcurrió bajo el signo de la espada (Lc 2,35)(5). Ella vivió los gozos y las sombras de la existencia humana, ofrendó su vida vida entera a la causa de Jesús y de su Reino, y supo permanecer fiel y firme junto a la cruz. El papa Francisco nos dice que María, participó del camino del Hijo, y en ese camino aprendió, sufrió, obedeció, por eso al pié de la cruz, cuando Jesús dice a Juan: “he ahí a a tu madre”, María es ungida como madre, se convierte en Madre(6)


Desde entonces, la Madre del Crucificado, es también la Madre solidaria de todos sus hijos crucificados, Jesús nos la dio desde la cruz (Jn 19, 25-27)(7), por eso María está al pie de la cruz de nuestros hermanos enfermos, ancianos, parados, inmigrantes, perseguidos, victimas del odio de quienes predican la violencia y la muerte en nombre de la religión, inmolados a la avaricia de quienes predican la paz fabricando armas. Y en el corazón de esta mujer, que vio morir a su Hijo, cabe “todo el dolor del mundo violentado porque cabe toda la Esperanza de la vida resucitada de la que ha sido testigo privilegiado”(8), como nos enseñó san Juan Pablo II(9).

Dice Santa Angela de la Cruz que mucho dolor causó a nuestra Santísima Madre la profecía de Simeón, pero se dejó clavar la espada con la cual la voluntad de Dios la distinguía y ahora su gloria nos deslumbra. Ahora es para nosotros modelo a seguir en la conformidad con la voluntad de Dios, lo mismo en lo próspero que en lo adverso, en el dolor y en la esperanza. La Virgen María nos conduce hasta la gloria y nos acompaña cargando con la cruz y con los dolores de cada día. Ella es la compañera de ruta, Ella testimonia la fuerza decisiva de saber estar en el lugar en el que debemos estar. María nos ayuda a permanecer al pie de la cruz de nuestros hermanos y a saber acompañarlos con nuestra presencia y amor cercanos en sus vías dolorosas, pero también a confiar en el Señor de la vida. 

La resurrección de Jesucristo nos garantiza que Dios tiene la última palabra, que el pecado y la muerte serán vencidos. El papa Francisco nos dice que María cantó el Magníficat, el cántico de la esperanza, el cántico del Pueblo de Dios que camina en la historia, porque “esperanza es la virtud del que experimentando el conflicto, la lucha cotidiana entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal, cree en la resurrección de Cristo, en la victoria del amor”. “Es el cántico de tantos santos y santas, algunos conocidos, otros, muchísimos, desconocidos, pero que Dios conoce bien: mamás, papás, catequistas, misioneros, sacerdotes, religiosas, jóvenes, también niños, abuelos, abuelas, estos han afrontado la lucha por la vida llevando en el corazón la esperanza de los pequeños y humildes”(10).


(1) Jesús de las Heras Muela. Diez decálogos y meditaciones de Cuaresma: Todo ante la Cuaresma 2015 (18 febrero/2 abril 2015). http://www.revistaecclesia.com/diez-decalogos-y-meditaciones-de-cuaresma-todo-ante-la-cuaresma-2015-18-febrero2-abril-201
(3) Papa Francisco, Homilía 1 de enero de 2015.
(6)http://www.aleteia.org/es/religion/articulo/papa-francisco-dos-grandes-mujeres-nos-acompanan-maria-y-la-iglesia-5309876196605952
(7) Jesús de las Heras Muela. “La Virgen de los Dolores es Santa María de la solidaridad”. ECCLESIA. 15 de septiembre de 2007. Jesús de las Heras Muela. Diez decálogos y meditaciones de Cuaresma: Todo ante la Cuaresma 2015 (18 febrero/2 abril 2015)...
(8) Trinidad León. “María, la mujer”, en Caminos de liberación, 171 (2015), p.15.
(9) El carácter único especial de la presencia de la Virgen en el Calvario y su perfecta unión con su Hijo en el sufrimiento de la cruz (cf. Jn 19,25) y en el cenáculo en Pentecostés (cf. Hch 1,14), parecen postular su particularísima participación en el misterio de la Resurrección. María, al acoger a Cristo resucitado, es también signo y anticipación de la humanidad, que espera lograr su plena realización mediante la resurrección de los muertos. Juan Pablo II. María y la resurrección de Cristo Catequesis 21 mayo 1997 http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/audiences/1997/documents/hf_jp-ii_aud_21051997.html






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