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martes, 22 de octubre de 2013

TIEMPO DE GOZO. LOS MISTERIOS GOZOSO DEL ROSARIO DE MANO DE JUAN PABLO II Y DE PADRE J. KENTENICH

      El Rosario, nos decía el Papa Juan Pablo II nos ponen en comunión vital con Jesús a través del Corazón de su Madre. El primer ciclo del Rosario es el de los «misterios gozosos», caracterizados por el gozo y el regocijo de los acontecimientos de la vida de Cristo que allí se contemplan, aunque anticipa indicios del drama de la pasión. María, en los misterios “gozosos, nos enseña a comprender el secreto de la alegría cristiana, porque nos ayuda a profundizar  en su sentido mas hondo. Si nos fijamos en el misterio de la Encarnación y el sombrío preanuncio del misterio del dolor salvífico, vamos aprendiendo que el contenido del cristianismo es la “buena noticia” de Jesucristo, la Palabra de Dios hecha carne, único Salvador del mundo. Es en estos misterios gozosos en los que mayor presencia tiene la Virgen María.

La Anunciación, 
mosaico en San Salvador in Chora, Estambul
     El primer gozo que podemos contemplar es el de la Encarnación, y en él lo primero que aprendemos de María es la pronta respuesta a la voluntad de Dios. La alegría se transparenta en el anuncio del ángel Gabriel: “Alégrate María”, porque Jesucristo, Palabra e Hijo de Dios se va a hacer hombre para acercarse a todos nosotros, para revelarnos el proyecto de amor del Padre; porque Jesús nos trae la salvación. Y María, nos dice padre Kentenich, sin vacilación le da su “Sí” para poder llevar a Cristo en su seno, tal como el Padre lo quiere, María se convierte en la servidora que prepara en silencio la ofrenda del sacrificio. Con su Fiat aprendemos a adentrarnos profundamente en la misión y a hacernos servidores del Redentor.
       

La Visitación, de Pietro di
Francesco degli Orioli, s. XV
En el segundo misterio vemos como María, tras el anuncio del ángel, se puso en camino y fue a prisa a visitar a su prima Isabel. Esta escena está llena de regocijo pues al entrar en casa de Zacarías la voz de María y la presencia de Cristo en su seno hicieron que Isabel se llenase de júbilo y de Espíritu Santo, y que Juan, la criatura en el vientre de Isabel, saltase de alegría. En la contemplación de la visitación vemos a la Virgen María apresurarse a acudir donde Isabel y servirla, también nosotros nos disponemos con “callada servicialidad a regalar a la redención nuestras fuerzas y nuestro tiempo”.

La Adoración de los pastores, B. E. Murillo,
 ca 1567, Museo del Prado
     Juan Pablo II nos lleva a ver la escena del nacimiento del divino Niño en Belén repleta de gozo. La llegada del Salvador del mundo es cantada por los ángeles y anunciada a los pastores como «una gran alegría» Allí, en el pobre y pequeño establo de Belén, María da a luz al Señor del mundo, lo muestra a pastores y reyes inclinándose ante él, adorándolo y sirviéndolo. Así nos enseña a ser humildes y llevar a Cristo a la profundidad del corazón humano.

     Con los misterios, primero, de la presentación de Jesús, y luego de la pérdida y hallazgo del Niño en el templo, aun manteniendo el sabor de la alegría se anticipan indicios del drama, señala el Papa Wojtila. La presentación en el templo expresa la dicha de la consagración y extasía al viejo S
La Presentación de Jesús en el Templo.
 Luis de Morales, 1560-1568. Museo del Prado

imeón, porque sus ojos han visto la salvación, pero contiene también la profecía de que el Niño será «señal de contradicción» para Israel y que una espada traspasará el alma de la Madre. Aquí, en el templo, vemos a María, que concibió al Hijo por obra del Espíritu Santo como ahora lo devuelve al Padre regalándolo sin reservas. Ella, señala padre Kentenich nos enseña a entregar por los hombres aquello que más amamos.

Cristo en el Templo. Heinrich Hofmann 1884 
          Igual de gozoso y dramático es también el episodio de Jesús en el templo a los 12 años. Jesús aparece escuchando y preguntando entre los doctores, pero también va a mostrar su misterio de Hijo y su sabiduría divina enseñando su dedicación a las cosas del Padre. En esta revelación de su misterio de Hijo anuncia la radicalidad de las exigencias del Reino por encima de los lazos del afecto humano. José y María, sobresaltados y angustiados, le habían preguntado, como hacen los padres ante algo que les sorprende de un hijo: “¿Por qué nos ha hecho esto?”, pero ellos “no comprendieron” su respuesta.
   
      Jesús tenía conciencia de que “nadie conoce bien al Hijo si no el Padre”, pero María vivía el misterio de la filiación divina de Jesús sólo por medio de la fe, ella también vivió su itinerario de fe. Con María aprendemos a avanzar cada uno en su propio itinerario de fe, a vivir ocultos con Cristo en Dios por medio de la fe. En este misterio, nos orienta padre Kentenich, podemos ver  como el Señor permite que María sufra en Jerusalén para preparar su corazón a más grandes sacrificios, para que un día pueda estar al pie de la cruz. De este modo nosotros también aprendemos, con María, a permanecer tranquilos cuando Dios quiere formarnos como instrumentos para la redención del mundo.


Detalle de La Adoración de los pastores,
B.E. Murillo, ca 1567, Museo del Prado
     Los misterios gozosos si se rezan y meditan debidamente, al contemplar 
Niña trabajando en
 una extracción minera

el misterio del Niño nacido en Belén, se convierte en una oración de paz al acoger, defender y promover vida haciéndose cargo del sufrimiento de los niños en todo el mundo. Esto es así porque el Rosario favorece el encuentro con Cristo y muestra su rostro en los hermanos, sobre todo en los que más sufren[1]


 


[1] Este artículo ha sido elaborado partiendo de la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae del Sumo Pontífice Juan Pablo II al episcopado, al clero y a los fieles sobre el Santo Rosario, 16 de octubre 2002, 2, 20 y 40. Y el libro del padre José Kentenich, Hacia el Padre. Oraciones para el uso de la familia de Schoenstatt, Nueva Patris, Chile, 2009, 113-115

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