Leía,
en los inicios de la Cuaresma de 2015, un decálogo de reflexiones
para preparar el camino hacia la Pascua y
que
incluía la contemplación de diez personajes significativos de la
Cuaresma, entre ellas María de Nazaret (1).
Una
figura que, en
el camino cuaresmal, aparece discretamente, casi de puntillas, como
un caminante más, pero que
es el modelo de quien ha recorrido el camino hacia la Pascua, como lo
recorrió su Hijo, como lo tenemos que recorrer nosotros,
los que queremos seguir a
Jesucristo(2).
Cuando el
Miércoles
de Ceniza,
que abre el
tiempo de Cuaresma, el Papa Francisco
nos decía: "Fortalezcan
sus corazones” (St 5,8), nos
invitaba a abrirnos a la
presencia del Dios vivo, a
anhelar que Jesús sea,
realmente, el centro de nuestra
vida, nos convidaba
a emprender
la tarea de preparar nuestro
corazón
para poder acompañar y contemplar a
Jesús. Y
para esta
tarea no hay mejor maestra que
María, ella es la que nos
ayuda a encontrarnos en nuestra vida concreta con el Señor, porque
"Cristo y su Madre son
inseparables: entre ellos hay una estrecha relación, como la hay
entre cada niño y su madre”. Son
inseparables, nos explicaba el papa Francisco, porque la
carne de Cristo, que es el eje de la salvación, se ha tejido en el
vientre de María, y porque
María, elegida para ser la Madre del Redentor, ha compartido
íntimamente toda su misión, permaneciendo junto a su hijo hasta el
final, en el Calvario(3).
En
esta misma dirección apunta el
Padre Kentenich cuando nos
muestra a María como "la compañera y colaboradora permanente
de Cristo, cabeza de toda la creación, en su obra de la redención
universal”.
La Virgen
María es nuestro
modelo de creyente que medita y escucha la Palabra de Dios, que hace
un camino de fe y de subida a Jerusalén(4).
En
el plan salvífico de Dios están asociados Cristo crucificado y la
Virgen dolorosa (Lc 2, 34-35).
Así
como Cristo es el
"hombre de dolores", anunciado por el profeta Isaías (Is
53,3), por medio del cual se ha complacido Dios en "reconciliar
consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo
la paz por la sangre de su cruz" (Col 1,20), así también
María es la "mujer del
dolor", que Dios ha querido asociar a su Hijo, como madre y
partícipe de su Pasión. Ya
desde los primeros momentos, la
profecía de Simeón anuncia que la misión de Jesús irá acompañada
de hostilidad y persecuciones, y toda
la vida de María, siempre
junto a su Hijo, transcurrió bajo el signo de la espada (Lc
2,35)(5).
Ella vivió los gozos y las sombras de la existencia humana, ofrendó
su vida vida entera a la causa
de Jesús y de su Reino, y supo permanecer fiel y firme junto a la
cruz. El papa Francisco nos
dice que María, participó
del camino del Hijo, y en ese
camino aprendió, sufrió,
obedeció, por eso
al pié de la cruz, cuando
Jesús dice a Juan: “he ahí a a tu madre”, María es ungida como
madre, se convierte en
Madre(6).
Desde entonces,
la
Madre
del Crucificado, es
también
la Madre solidaria de
todos sus
hijos
crucificados, Jesús nos la dio desde la cruz (Jn 19, 25-27)(7),
por
eso María
está
al
pie de la cruz de nuestros hermanos enfermos, ancianos, parados,
inmigrantes, perseguidos,
victimas
del odio de quienes
predican la
violencia y
la muerte en nombre de la religión, inmolados
a la
avaricia de quienes predican la paz fabricando armas.
Y
en el corazón de esta mujer, que vio morir a su Hijo, cabe “todo
el dolor del mundo violentado porque cabe toda la Esperanza de la
vida resucitada de la que ha sido testigo privilegiado”(8),
como
nos
enseñó san
Juan Pablo II(9).
Dice
Santa Angela de la Cruz que mucho dolor causó a nuestra Santísima
Madre la profecía de Simeón, pero se dejó clavar la espada con la
cual
la voluntad de Dios la distinguía y ahora su gloria nos deslumbra.
Ahora
es para nosotros modelo a seguir en
la conformidad con la voluntad de Dios, lo mismo en lo próspero que
en lo adverso, en
el dolor y en la esperanza. La
Virgen María nos
conduce hasta la gloria y nos acompaña cargando con la cruz y con
los dolores de cada día. Ella es la compañera de ruta, Ella
testimonia la fuerza decisiva de saber estar en el lugar en
el
que debemos estar. María nos ayuda a permanecer al pie de la cruz de
nuestros hermanos y a saber acompañarlos con nuestra presencia y
amor cercanos en sus vías dolorosas, pero
también a confiar en el Señor de la vida.
La
resurrección
de Jesucristo nos garantiza que Dios tiene la última palabra, que el
pecado y la muerte serán vencidos. El
papa Francisco nos dice que María cantó el Magníficat, el cántico
de la esperanza, el cántico del Pueblo de Dios que camina en la
historia, porque “esperanza es la virtud del que experimentando el
conflicto, la lucha cotidiana entre la vida y la muerte, entre el
bien y el mal, cree en la resurrección de Cristo, en la victoria del
amor”. “Es el
cántico de tantos santos y santas, algunos conocidos, otros,
muchísimos, desconocidos, pero que Dios conoce bien: mamás, papás,
catequistas, misioneros, sacerdotes, religiosas, jóvenes, también
niños, abuelos, abuelas, estos han afrontado la lucha por la vida
llevando en el corazón la esperanza de los pequeños y
humildes”(10).
(1)
Jesús
de las Heras Muela. Diez decálogos y meditaciones de Cuaresma: Todo
ante la Cuaresma 2015 (18 febrero/2 abril 2015).
http://www.revistaecclesia.com/diez-decalogos-y-meditaciones-de-cuaresma-todo-ante-la-cuaresma-2015-18-febrero2-abril-201
(3)
Papa Francisco, Homilía
1 de enero de 2015.
(6)http://www.aleteia.org/es/religion/articulo/papa-francisco-dos-grandes-mujeres-nos-acompanan-maria-y-la-iglesia-5309876196605952
(7)
Jesús
de las Heras Muela. “La Virgen de los Dolores es Santa María de la
solidaridad”. ECCLESIA. 15 de septiembre de 2007. Jesús
de las Heras Muela. Diez decálogos y meditaciones de Cuaresma: Todo
ante la Cuaresma 2015 (18 febrero/2 abril 2015)...
(8)
Trinidad León. “María, la mujer”, en Caminos
de liberación,
171 (2015), p.15.
(9)
El
carácter único especial de la presencia de la Virgen en el Calvario
y su perfecta unión con su Hijo en el sufrimiento de la cruz (cf.
Jn 19,25) y en el cenáculo en Pentecostés (cf. Hch 1,14), parecen
postular su particularísima participación en el misterio de la
Resurrección. María, al acoger a Cristo resucitado, es también
signo y anticipación de la humanidad, que espera lograr su plena
realización mediante la resurrección de los muertos. Juan
Pablo
II. María
y la resurrección de Cristo
Catequesis 21 mayo 1997
http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/audiences/1997/documents/hf_jp-ii_aud_21051997.html
(10)
Papa Francisco, Homilía
15 agosto 2013.
http://www.aleteia.org/es/religion/articulo/frases-inspiradoras-del-papa-francisco-sobre-maria-6335767781572608
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